lenguaje inclusivo
Lenguaje inclusivo: apuntes para una reflexión
Sabina Madeo
1- ¿La razón de todo?
De un tiempo a
esta parte ha entrado en escena pública una nueva figura que ha
tomado particular relevancia por el modo en que se presenta a sí
misma como un interrogador del status quo: el denominado lenguaje
inclusivo. Ocasionando, como es esperable, respuestas de las más
variadas: objeciones, celebraciones, resistencia. Se dirá que no
existe mayor diferencia entre éste y cualquier jerga constituida
en el seno de un grupo social, en tanto se lo suele pensar como
“el lenguaje de los jóvenes”, irrupción de
una nueva configuración que quebraría antiguos
cánones de una estructura lenguajera aparentemente conservadora
e indeseada.
No es el objetivo
del presente escrito cuestionar los usos sociales de la lengua, ya que
sería contrario al espíritu que intentará
sostenerse. En este sentido no me referiré a la
aspiración de realizar un uso no sexista de la lengua, sino a la
reforma lingüística que se intenta imprimir sobre la misma.
En cambio, la propuesta es sustraerle la carga moral al debate para
devolverle un estatuto racional. ¿Es la forma en el cual
interactuamos, ese modo complejo, variado, a la vez que ordinario y
elemental, el resultado de cierto orden de poder que habría
operado sobre él? ¿Es la lengua la que
“performa” nuestro modo de interpretar la realidad?
¿O la lengua es la materialización, no inmediata ni nunca
acabada, de los modos en los cuales la realidad se transforma?
Difícilmente
pueda ponerse en duda el nexo entre la lengua y la realidad. En
cualquier intento de modificar la realidad existe algún
componente de uso lingüístico, así como una precisa
elección y uso de determinados discursos.
Difícilmente
pueda ponerse en duda el nexo entre la lengua y la realidad. En
cualquier intento de modificar la realidad existe algún
componente de uso lingüístico, así como una precisa
elección y uso de determinados discursos. Asimismo, no
podría pasarse por alto que la realidad toma cuerpo en la
lengua, la cual deviene en portadora histórica de las
contingencias: palabras que van adquiriendo significados nuevos en el
tiempo, el surgimiento de nuevas expresiones, dan cuenta de esta
relación como cambiante e impredecible. Ahora bien, reconociendo
el carácter histórico, político y social de la
lengua, ¿es por ello posible considerarla todapolitica?
¿es pasible de ser convertida en un objeto al cual modelar
arbitrariamente desde determinados sectores?
En el fundamento
del lenguaje inclusivo se sostiene la creencia de una relación
directa de dispositivos de poder, que habrían operado ejerciendo
un dominio sobre la lengua, que se traduciría en el uso del
género masculino universal como correlato gramatical de un
ordenamiento social patriarcal. La lingüista mexicana
Concepción Company (2019), introduce esta cuestión
especificando que el género es de la gramática, y que es
una obviedad gramatical que el género masculino no significa
masculino hombre, sino que es indiferente al sexo. Según
expresa: «La gramática no tiene sexo, no es incluyente ni
excluyente, es una herramienta que atraviesa nuestra vida y que usamos
diariamente para funcionar. La gramática es una serie de
convenciones, es arbitraria. Por ejemplo, la palabra arte en
singular es el arte, en plural son las artes, eso es una
muestra de arbitrariedad, así ha sido por siglos. Es decir, la
gramática no refleja necesariamente el mundo (...) Ninguna
lengua tiene sexo, algunas tienen género. El género es
una adscripción arbitraria, convencional, sedimentada por
siglos, de que una comunidad de hablantes marca como masculino algunos
aspectos, marca como una terminación de femenino a otros y marca
neutra o como invariable otros.” [1]
Al respecto,
expone el hecho de que no todas las lenguas del mundo marcan un
género, haciendo hincapié en el turco y el árabe.
Ésta última, por ejemplo, utiliza el género
femenino para los sustantivos en plural, al revés del
castellano. En estos casos no podría decirse que haya una
relación entre las normas de género gramatical y el lugar
histórico ocupado por la mujer en sociedades donde se hablan
estas lenguas. Inversamente, puede citarse el ejemplo del
Islandés, que siendo una de las lenguas que menos cambios ha
sufrido a lo largo de los siglos, corresponde sin embargo a una
sociedad avanzada en cuanto a los derechos de la mujer.[2]
La
gramática no tiene sexo, no es incluyente ni excluyente, es una
herramienta que atraviesa nuestra vida y que usamos diariamente para
funcionar. La gramática es una serie de convenciones, es
arbitraria. Por ejemplo, la palabra arte en singular
es el arte, en plural son las artes,
Que en sociedades
de estereotipos machistas existan lenguas sin género y
viceversa, parece de entrada cuestionar la presencia de un
vínculo necesario entre la configuración de la lengua y
la realidad social. Pero aún si suponemos que en sus
orígenes las zonas que se marcan en masculino y femenino hayan
podido reflejar un sistema patriarcal, sigue vigente la pregunta acerca
de la pertinencia de una regulación del lenguaje a través
de una imposición, de un decreto. Resulta paradójico que,
si partimos de un supuesto símbolo de dominio sexista anclado en
la materialidad y configuración de la lengua, se promueva una
nueva forma de prescribir: una neolengua, donde la ideología
imperaría a partir de un cambio en la forma de hablar,
permutando unas letras por otras y ubicándola como objeto
pasible de ser manipulado y dirigido hacia un fin loable pero que se
presenta de forma invertida como cosificación del habla. Ante un
posible orden de poder arraigado en la estructura de la lengua,
pareciera respondérsele con el ejercicio de una forma de
control, de finalidad de apariencia benevolente, pero sin menos
condición normativizante, cuyo carácter correctivo
aparece velado tras una lógica de igualdad y derechos. Este
nuevo ejercicio de lengua, en tanto surgido como artificio, solo
podría ponerse en práctica en la medida que se imparta,
se explique, se aprenda; en discordancia con el aprendizaje natural de
la lengua, donde incluso en sus formas menos instituidas, como el caso
de los dialectos, más que aprender una lengua, somos
aprehendidos por ella. A excepción que alguien pueda recordar el
momento y la forma en que comenzó a aprehender y poner en
práctica el oficio de hablar.
Surgen así
en concordancia diversas instancias como programas gubernamentales,
movimientos sociales y políticos, que promueven su uso mediante
Manuales, así como sectores de la administración
pública que lo buscan impartir.[3] Como si la lengua no tuviera
una historia, una tradición, una estructura que fluctúa
en un devenir constante y que no se deja programar. Como si no fuese
fruto de rutinas, usos y costumbres: resultado no de normas
pétreas sino de infinitas combinaciones que vuelven
difícil, si no imposible, establecer una cronología y una
pertenencia.
Palabras que
salen, entran, permanecen o mueren en una lengua sin ninguna instancia
lentificada ejecutora, sin una autoridad que las imparta, son la prueba
de que no se la puede poseer: es ella quien se echa a andar, admitiendo
los cambios o contrariamente ignorándolos. Reproduciendo y
sedimentando lo que mediante las infinitas combinaciones de los
intercambios lenguajeros se dice. Un devenir en donde solo la lengua en
una lenta e histórica sedimentación podrá recoger
las diferencias o denegarlas, haciendo de la relación entre los
hablantes y la lengua un hecho fluctuante y accidental,
difícilmente ordenable según la
ideología.
Ahora bien,
raramente se nos plantee como una imposición asumida. Sin
embargo, ¿cómo no serlo si el mensaje que nos retorna de
forma invertida enuncia que de no someternos a ésta forma
estaríamos incurriendo en fallas propias de una moral
insuficiente? Ante una pedagogía que exhorta,
¿cómo no ser una imposición, si en su fundamento
subyace la creencia de una forma más correcta que otra de
hablar, en función de garantizar una hipotética igualdad?
2-Algunas hipótesis significantes. Como sacar a dios por una ventana para hacerlo entrar por otra.
“Toda
discusión sobre el origen del lenguaje está marcada por
una irremediable puerilidad, e incluso por un indudable cretinismo.
Siempre se intenta hacer surgir el lenguaje de váyase a saber
qué progreso del pensamiento. Es evidentemente un
círculo. El pensamiento se dedicaría a aislar todos los
detalles de una situación, a cernir la particularidad, el
elemento combinatorio. El pensamiento franquearía por sí
mismo el estadio de rodeo, típico de la inteligencia animal,
para pasar al del símbolo. ¿Cómo es esto posible
si primero está el símbolo, que es la estructura misma
del pensamiento humano?” Lacan, 1954
La diversidad y
riqueza propia de las lenguas humanas cobran su valor en la
imposibilidad de una decodificación unívoca y universal,
en que cada vocablo no encierra en sí mismo un sentido
único descifrable sin más. Lo que distingue a una
comunicación cualquiera de un lenguaje es que implica una
correlación fija de sus signos con la realidad que significan, a
diferencia de un lenguaje donde los signos toman su valor de su
relación los unos con los otros, en la repartición
léxica de los semantemas tanto como en el uso posicional,
incluso flexional de los morfemas, contrastando con la fijeza de la
codificación.
Si la
lingüística hace énfasis en la división ente
significante y significado y posteriormente los aportes y giros del
psicoanálisis lacaniano le otorgaron una primacía al
significante, es porque ambos no operan recubriéndose
mutuamente; a diferencia de un signo, donde el significado puede ser
reconducido al significante, haciendo posible una codificación.
El L.I. pareciera partir de considerar que, mediante la
sustracción y canje de una letra por otra, se implanta cierto
sentido que sería un absoluto. Se recubren completamente
significante y significado en una mutua asociación, capturados
en una significación: que al utilizar la neutralización
del género mediante la letra “e” estoy siendo
inclusivo.
Si el lenguaje es
la forma que toma la posibilidad de que hablando digamos otra cosa, o
bien que lo que se oye no coincida con lo que significa, se recoge como
resultado que, aun estableciendo artificialmente una letra, no resulte
en la significación esperada, por la misma propiedad del
significante de ser la pura diferencia. Si el significante por
sí mismo no significa y solo lo define su relación a otro
significante[4], inducir el uso de una nueva letra por otra, pareciera
suponer en su fundamento que el significante sí se significa en
sí mismo. De este modo es esperable el anhelo de establecer un
código previo en el cual a la “e” se le
supondría un significado absoluto que opere a la manera de una
garantía de significación.
Será por
esto que tan frecuentemente nos encontramos en el terreno del lenguaje
inclusivo con lo que sería un error, error en su sentido
más clásico: quien agrega una “e” donde no
va, y quien la sustrae de donde sería correcto decirla. Con su
consecuencia más inmediata, el fracaso. Fracaso proveniente de
un error que no remite a nada sino al significado mismo de la
estructura del código; error que debemos diferenciar de
cualquier formación espontánea del hablante; error que no
sería más que una descomposición de la
función propia del lenguaje.
En el terreno de
la pura decodificación, qué lugar entonces para la
efectividad del lenguaje, aquella que radica en los efectos van
más allá de lo que el hablante es capaz de enunciar.
Imaginemos intentar hacer un chiste mientras estemos atentos y
siguiendo los requerimientos de la norma. Para que el lenguaje pueda
recoger aquello que como verdad opera en la falla y fisura del
abroquelamiento del decir, hay que poder mirar en otra
dirección; des-atender el código, de ahí la
diferencia entre un decir que pueda tornarse mensaje, y un mero
código a descifrar. Un decir que escapa a la norma, irrumpiendo
como tal en la falla de un saber, produciendo una inconsistencia, una
contradicción. Un decir que no se deje subordinar al signo.
Al decir de Lacan,
las lenguas artificiales siempre están hechas a partir de la
significación, siendo ésta de la índole de lo
imaginario; y al igual que lo imaginario, es siempre evanescente:
“es, al igual que lo imaginario, a fin de cuentas, siempre
evanescente, porque está ligada estrictamente a lo que les
interesa. A aquello en lo que están metidos.”[5]
Algo ya reina por
medio de sus combinaciones, ahí donde el hablante se integra a
la manera de un engranaje; donde fue arrojado y de cuyo origen puede
teorizarse, pero difícilmente ubicarse en un momento
sincronizable. Nos recuerda Lacan que “la lingüística
como ciencia se sostuvo, algo que parece tener por objeto la lengua,
incluso la palabra, fue a condición de juramentarse entre ellos,
entre lingüistas, nunca, nunca más -ya que no se
había hecho otra cosa por siglos-, nunca más, ni de
lejos, aludir al origen del lenguaje.”[6] Con bastante seguridad
podemos decir, no existe amo en el terreno del lenguaje.
En tal sentido, la
lógica del significante funciona como brújula en lo que
puede ser una dimensión distinta a la que subyace a la
tradicional comunicación, en cuanto que no es únicamente
el sujeto quien habla, sino que en él “ello” habla;
y su naturaleza resulta entramada por los efectos donde se encuentra la
estructura del lenguaje del cual él se convierte en la materia.
Prescindiendo, de este modo, de la idea siempre renaciente de la
intención creadora como sostenida por una persona, un grupo
social, o cualquier entidad. “El genio de la lengua”,
“el alma de la lengua”, fueron maneras en que algunas
disciplinas incluida la lingüística, nombraron a una lengua
que se crea a sí misma, que al decir de Barthes no es ni
reaccionaria ni progresista sino directamente fascista.
El
propósito de reconfigurar el lenguaje, independientemente de su
finalidad (social-política), detenta una determinada
concepción acerca del origen. El hipotético ordenamiento
patriarcal de la lengua se sostiene como un sujeto de origen
trascendental u ontológico de su objetivo, al estilo de una
verdad fundante. De allí en más, una evolución que
se deduce de un proceso continuo en un movimiento ascendente, que
culmina en la cima de la conciencia, sometiendo a dicha ley de la
verdad toda otra práctica de la cual pudo haber resultado la
lengua. Dando así prioridad a un determinado sentido y a un fin,
el cual se busca suplantar por uno nuevo. Una nueva finalidad que se
instala a la manera de una interrupción del curso de la historia
de la lengua, intentando fundar un nuevo comienzo; que suponga en su
fundamento una verdad por fuera pero bien representada en un saber
compactado en su armadura de sentido. Si las lenguas cambian y se
transforman, no parece ser a partir de un punto sincrónico y
localizado. Las lenguas solo puedan habitarse en la medida en que
trabajan produciéndose y se prueban a sí mismas en dicha
producción. En este sentido, más que causa o fin, toman
la forma de un producto, que no puede resultar más que del
propio ejercicio del habla.
3-De una excepción que no sea sectaria
Difícilmente
pueda ponerse en duda que el llamado lenguaje inclusivo deshace e
interpela supuestos, instalando una novedad: un nuevo código de
intercambio, haciéndose de él un uso discursivo y social.
Difícilmente
pueda ponerse en duda que el llamado lenguaje inclusivo deshace e
interpela supuestos, instalando una novedad: un nuevo código de
intercambio, haciéndose de él un uso discursivo y social.
Lo insoslayable, es darle un estatuto, pensar ante qué tipo de
fenómeno nos encontramos; lo soslayable, es naturalizar el
fenómeno. Indudablemente es el surgimiento de una particularidad
lo que convierte a esta nueva formación en tema de debate.
La noción
de excepción inmanente (Badiou), refiere a una excepción
en tanto ruptura, que, si bien surge de condiciones particulares, va
más allá de éstas. Una particularidad que, por ser
interior, otorga al sujeto la potencialidad de no ser solo un producto
de sus condiciones de existencia. Pero advierte el autor que cuando un
individuo o grupo social representa a un universal, no estamos ya en
presencia de una excepción inmanente, en tanto ésta
necesariamente se aleja de la idea de algo dado.[7]
Una particularidad
entonces por sí misma no adquiere mayor valor que el de
perseverar en su propia vida, es decir, reproducirse aisladamente. Solo
lleva el carácter de inmanente a condición de ser, no
solo una forma particular que adquiere un determinado acontecimiento,
sino al desarrollar una potencialidad en conjunción con una
totalidad: quiebra a la vez que se incluye en ella. A contrapelo de
toda idea normativa aplicada desde afuera, lo que vuelve inmanente a
una excepción es su relación.
A través
del lenguaje inclusivo se parte de la premisa de abarcar y no excluir,
al mismo tiempo en que, paradójicamente, se propicia una
comunicación que es Exclusiva, en tanto entramado de nuevas
reglas
A través
del lenguaje inclusivo se parte de la premisa de abarcar y no excluir,
al mismo tiempo en que, paradójicamente, se propicia una
comunicación que es Exclusiva, en tanto entramado de nuevas
reglas, ajenas en principio, que solo podrán ser aprehendidas
apelando a dispositivos de enseñanza: manuales, talleres,
charla, conversatorios. Circuito cerrado donde se intenta hacer
concordar los términos con la supuesta realidad que se quiere
significar, otorgándole un privilegio al primado de la norma por
sobre la producción espontánea del hablante,
imposibilitando otras versiones. Si como bien sabemos, la norma
normativiza, quedará por ver qué tipo de lazo puede
establecer el lenguaje inclusivo que no sea un código de
élite.
Queda abierta la
pregunta acerca de si no estamos ante un tipo de excepción
basada en una exaltación de la particularidad, que produce
entusiasmo y confianza en su eficacia, en detrimento de todo valor
genérico y por lo tanto comunitario del habla. Que se plantea
como una lengua idéntica a sí misma; un anaquel de la
biblioteca de babel que contenga los misterios del habla y una
solución: darle un nuevo origen a la biblioteca. No
faltarán así, buscadores oficiales, inquisidores de los
nuevos vocablos, administradores del diseño del lenguaje, que
garanticen la existencia del libro universal.
Si el acto de
hablar instituye y funda ahí donde la mera voluntad puede
fracasar, queda por ver si éste lenguaje adquirirá un
valor común; y si será aceptado, no por nosotros, sino
por la misma lengua. Si pasará a formar las filas del gran
bagaje de la historia universal, o bien perderse en su particularidad.
Sabina Madeo
Psicóloga (Uba). Miembro de Apertura para Otro Lacan. Trabajadora interina en sistema público de Salud (Caba)
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
-Badiou, Alain. La filosofía frente al comunismo: de Sartre a hoy. Siglo XXI, Buenos Aires, 2016.
-Barthes, Roland.
El placer y el texto y lección inaugural de la cátedra de
semiología. Siglo XXI, Buenos Aires, 2003.
-Company,
Concepción. “La gramática no tiene sexo, no es
incluyente ni excluyente”, entrevista realizada para la revista
Zeta, México, marzo 209, disponible en
www.zetatijuana.com. (link is external)
-Lacan, Jacques. El seminario: Las psicosis, Libro 3, Paidós, Buenos Aires, 1995.
-Lacan, Jacques. El seminario: ... o peor, Libro 19, Paidós, Buenos Aires, 2012.
-Lacan, J. (1953)
“Función y campo de la palabra y del lenguaje en
psicoanálisis”, en Escritos I, Siglo XXI, Buenos Aires,
2008.
-Marenghi,
Claudio. “A propósito del lenguaje inclusivo” en
Revista Tábano n°15, noviembre 2019, Buenos Aires
[1] Company, C.;
“La gramática no tiene sexo, no es incluyente ni
excluyente”, entrevista realizada para la revista Zeta,
México, marzo 2019, disponible en
www.zetatijuana.com. (link is external)
[2] Marenghi, C.
“A propósito del lenguaje inclusivo” en Revista
Tábano n°15, noviembre 2019, Buenos Aires.
[3] Al respecto puede verse, por ejemplo:
-https://www.lanacion.com.ar/sociedad/el-pami-utilizara-lenguaje-inclusiv...
-https://www.infobae.com/politica/2020/01/21/la-ministra-de-genero-bonaer...(link is external)
-http://novedades.filo.uba.ar/novedades/el-consejo-directivo-de-la-facult...(link is external)
-https://www.ippdh.mercosur.int/wp-content/uploads/2018/11/IPPDH-MERCOSUR...(link is external)
[4] Tesis que atraviesa toda la obra de Jacques Lacan.
[5] Lacan, J. El seminario: Las psicosis, Libro 3, Paidós, Buenos Aires, 1995, p. 82.
[6] Lacan, J. El seminario: ... o peor, Libro 19, Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 67.
[7] Badiou, A. La filosofía frente al comunismo: de Sartre a hoy. Siglo XXI, Buenos Aires, 2016, p. 58-69.